martes, 14 de octubre de 2008

SOY UN CARTEL Y TENGO HAMBRE...

Hace muchos años que los jóvenes, los que no encuentran un empleo fijo y los inmigrantes, encontraron en la publicidad callejera una manera de ganarse el pan y las lentejas. El jornal es bajo y posiblemente no compense las horas invertidas en las entradas de las bocas de los metros (Podria ser detro de poco aqui en Málaga), en los semáforos y en las calles peatonales cercanas a teatros y establecimientos, repartiendo octavillas que el personal desecha en la primera papelera. Igual ocurre con quienes pasean con un cartel al pecho y a la espalda ante la mirada curiosa o risueña de los ciudadanos. Claro que mejor esto que amargarse en la cola del paro, convertirse en tironeros o quedarse derrotado en casa. Está claro que este curro no es vocacional ni para siempre, como también es evidente que a nadie le gusta ser la promoción humana y acartonada de un producto. Pero de ahí a que resulte indigno, hay un abismo. El que separa el comer del no comer. Y si no que se lo pregunten a los cobradores del frac, a las señoras de Avon que vuelven a llamar, a los que se disfrazan de ´estatuas´ en las ramblas, en la calle Larios de Málaga y en otras ciudades, a los futbolistas que lucen en el pecho de la camiseta y en la parte culera del calzón el nombre de un queso, de un supermercado o de cualquier ´sponsor´ que nada tiene que ver con su habilidad defensora o atacante. Lo mismo que tampoco los corredores de ´rallies´ le hacen asco a ponerse un mono parcheado de marcas comerciales que también forran sus coches y sus motos.
Ruiz Gallardón, Ana Botella y quiénes defiendan esta media de tebeo o estén pensando en adoptarla en su ciudad, desconocen el éxito que tiene Pixman Corporation con su nomadic-media; empleados que llevan pantallas de plasma en sus hombres con trailers de películas de bajo coste y marcas publicitarias. Igual que ignoran que dos estudiantes de Nueva Jersey, Chris Barret y Luke McCabe, han cerrado un acuerdo con varias empresas para promocionar sus productos en sus vehículos y vestimenta, a cambio de que les paguen las carreras en una costosa universidad de California. Tampoco saben que en Argentina Daniel Alonso popularizó hace doce años su empresa Marido de alquiler, dedicándose a realizar arreglos domésticos a señoras viudas, separadas o sin habilidades de Pepe Gotera, al precio de diez euros la hora. Eso sin hablar de esas personas que alquilan sus servicios para sacar a pasear a los perros de otros, cuidar o lavar enfermos y personas mayores o limpiar casas ajenas, sin que por medio exista un contrato laboral, seguridad social o un salario mínimo profesional. Ninguna de estos trabajadores diría que estos empleos los ponen en ridículo o los avergüenza y que los políticos deberían abolirlos en pro de su dignidad. El ser humano posee dignidad por sí mismo, no le viene dada por factores o individuos externos sino que es el resultado de que una persona se sienta orgullosa de sus propios actos. Sobre todo si de ellos se deriva su sustento o el de su familia. Pero si los políticos están convencidos de ser los paladines de la dignidad ajena, antes que de la suya y de aquellos que representan a sus partidos, aún están a tiempo de tomar necesarias decisiones en relación al habitual tráfico de nuestros datos personales, a los concursos de belleza y al ´mobbing´ que aumenta en muchas empresas y en la administración pública, donde la dignidad se soborna, se humilla y se utiliza en favor de los oscuros intereses, ganancias y ambiciones de gentes sin escrúpulos, pero con dinero y poder. Las viejas armas con las que el diablo hace siglos que tienta y compra el alma de la dignidad. Si, soy un CARTEL, PERO TENGO HAMBRE.

Todo esto viene al ver en el telediario como quieren echar a padres de familia a la calle solo por ser, "hombres publicidad" como esto se expanda por todos sitios y tengamos Gallardones por todo el pais va a fastaidiar a mas de uno que solo quiere COMER SIN DELINQUIR. Soluciones?





No hay comentarios: