miércoles, 22 de octubre de 2008

MI MUNDO

Aquel día había transcurrido, como el resto de los días de mi vida, sin que ocurriera nada especial.
Los días se sucedían, uno tras otro, todos iguales. No había nada que le diera sentido a mi existencia, nada que me ayudara a seguir adelante, nada ni nadie que me hiciera sonreir, que le diera un aliento de esperanza a mi solitaria vida.
Me encontraba solo, como de costumbre, encerrado entre esas cuatro paredes que me agobiaban, que no me dejaban respirar y la soledad pesaba sobre mí como una inmensa roca de granito.
Tumbado sobre la cama de mi habitación miraba al techo, adivinando las extrañas figuras que se formaban con la ténue luz que me regalaba la ciudad y que se colaba por la ventana. ¿Cúal es mi misión en este mundo? me preguntaba, ¿ésta va a ser mi vida? No, mi existencia no podía estar limitada a vivir así, sabía que había una misión para mí, mi destino estaría aguardando en algún lugar.
--Mañana, resolví, iré a la "montaña oscura" como la solían llamar porque siempre se veía rodeado por una densa niebla que casi la tapaba por completo.
No sabía por qué, pero esa determinación apareció en mi mente apartando el resto de pensamientos, se imponía sobre el resto de las mundanas cuestiones que me atormentaban.

Al día siguiente, con unos nervios y una inquietud a la que no encontraba justificación, y guiado por una fuerza invisible que me empujaba a seguir adelante, llegue a la cima de la montaña. Era extraño, pero a pesar del esfuerzo que había tenido que realizar para llegar hasta allí, no estaba cansado.
Levanté la vista y ante mí apareció la entrada a una gruta.
De pie, frente a la entrada de la cueva, noté como esa fuerza que me había acompañado durante todo el camino, me empujaba hacia el interior.
Entré, la oscuridad pronto me envolvió. La cueva se iba estrechando en una especie de túnel claustrofóbico al que no veia fin. Mientras caminaba por él me di cuenta que podía ver con total claridad a pesar de la oscuridad que me rodeaba; mis ojos se habían adaptado perfectamente a ese medio.
Avanzaba, sin miedo, cuestionándome qué me había llevado hasta allí, cuando delante de mí un resplandor me cegó. Cerré los ojos en un intento de acostumbrar mi vista de nuevo a la luz y cuando los abrí, una gran ciudad de piedra, que parecía surgir de las entrañas de la tierra, apareció ante mí. Majestuosos edificios que me recordaban a los que había visto en los libros de historia, a los de Cuzco, Tiahuanaco... y al fondo de la ciudad, presidiéndola, tres grandes pirámides como las de Gizeh.
Me fuí adentrando por sus amplias calles y, perplejo, fui comprobando la variedad de seres que allí cohabitaban...humanos convivían en perfecta armonía con unos hombrecillos bajitos, de gran cabeza y rasgados ojos negros, con otros altos, de unos dos metros y largas cabelleras blancas, había niños y extraños animales... ¡Era sorprendente!
Caminaba absorto en todo lo que me rodeaba cuando un anciano de larga barba que andaba con la ayuda de un gran bastón dorado, se paró ante mí y me dijo:
--Muchacho, el que llega hasta aquí jamás retorna.
Con una tranquilidad y una paz que nunca había sentido en toda mi vida le respondí:
--¿Quién le ha dicho que quiero volver?



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