jueves, 9 de octubre de 2008

EL GORDO Y EL FLACO.

El hombre más alto del universo acaba de tener un hijo y el hombre más gordo del mundo ha muerto. Entre ambos sucesos, no parece haber ningún parentesco más allá de la coincidencia cronológica y superlativa, lo que no deja de ser una afinidad triste, especialmente para el gordo. A él todo son condolencias y miradas de reprobación. El otro no tiene problemas, es espigadísimo, la envidia de todos los juncos, y las mujeres se disputan su mapa genético. Los dos son un exceso de longitud y de contorno, uno está por las líneas verticales y el otro, el malhadado, el depuesto, por lo ancho. Bien mirado son idénticos, pero no tienen nada que ver, la erótica y el triunfo parece que son un asunto geométrico. Lo justo hubiera sido que el gordo, en lugar de morir, hubiera sido padre, pero en algún lugar alguien cometió un error, maravilloso para el alto y menestoroso para el resto de la especie. Sobre todo para su hijo, que, a buen seguro, preferiría nacer en la casa del gordo. Allí le bastaría con corretear sobre la alfombra para que le festejaran la proeza atlética y dispondría de un abdomen inmenso para plisar el cansancio o la desesperanza. En casa del alto, todo serían problemas, abriría los ojos y se encontraría con una figura que sujeta la cabeza en las nubes y le saldrían patologías hasta por debajo del chupete. Un padre de dos metros y medio no es un padre, sino un semillero freudiano (perdon por el lenguaje, no son insultos, buscar en diccionario :)). El mío creo que no marca más de 170 centímetros y a veces tengo ganas de llorar, así que imagínense. No habría forma de tenerlo íntegramente en casa. La infancia sería un bosque de huesos velludos, la adolescencia un careo para descubrir la elasticidad de los estados de ánimo, ser adulto sólo significaría alcanzar el pecho. El gordo y el flaco forman un formidable ángulo recto. En él caben los demás, usted y yo, Obama y McCain, admiradores íntimos del alto.


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