domingo, 12 de abril de 2009

¿Racista yo? que va que va....


Delante del televisor nadie se siente racista, ni nadie delante de nadie reconoce que es racista. La pantallita te mete por los ojos el espectáculo nuestro de cada día: la tragedia de las pateras de la muerte que cruzan el mar de su esperanza, un montón de gente hacinada en unos metros de barquito, sed, hambre, asfixia, que al final, si tienen suerte, son devueltos a su país y ante tanto dolor a tu güisquicito le falta un poco de hielo, te ablandas y envías tu mirada de simpatía a esos moros desgraciados. Esa es una de las varias maneras que hay de contemplar o de vivir, el racismo.
Otra de las formas es vivir en una ciudad fronteriza donde, sin duda, tendrás que ser beligerante en tu actitud estés del lado que estés, incluso aunque no estés en ninguno de los dos lados. Ahí, el racismo de salón se convierte en un racismo real y el anti-racismo, como el valor, debe ser demostrado. Eso sucede en Ceuta.
Y hay muchísimas otras maneras de vivir, o sufrir, o tolerar, o aplaudir el racismo, aquí mismo, en nuestra calle, con esos jóvenes negros casi todos estudiantes que nos incordian con sus tiendas ambulantes, con esos africanos huidizos, con toda esa pobre gente que esperaba encontrar un paraíso que es lo que le vendieron a buen precio, y encuentra un infierno.
Para mí, el racismo no es problema de razas, sino problema de dinero. Lo era para los judíos, como víctimas del racismo o como racistas (que no quieren mezclarse) ellos mismos; lo es para los chinos, que viven siempre entre ellos, sin contaminarse; lo es para nosotros, para todos nosotros, que miramos muy mal a quienes, en niveles económicos, están muy por debajo nuestra y las demás actitudes, que parecen al margen del dinero, son en realidad aspectos secundarios, enfermizos, de gente envenenada por el odio, de gente intoxicada por intereses bastardos, es decir, intereses económicos.
Es fácil la convivencia entre distintas etnias si no está por medio la odiosa división económica entre ricos y pobres, véase Cuba, pero se convierte en una guerra si hubo que disputar la riqueza, véase Suráfrica. Pero no nos vayamos tan lejos, si aquí, junto a nosotros, están evidentes las pruebas. No es lo mismo un negro pobre que te molesta con los dichosos elefantitos que un negro rico, encorbatado, aunque de estos por aquí veamos pocos; no es lo mismo un moro mal vestido que entró subrepticiamente en nuestro país, que un moro rico, al que hay que llamar árabe, que vive suntuosamente en su mansión marbellí servido por españoles que no ven motivo alguno para ser racistas...
El racismo estuvo, y está, en los países ricos, en los países más desarrollados, en los países que mandan, lo que significa ni más ni menos que es un problema de reparto: ustedes váyanse a su casa, no tenemos culpa si son pobres, pero no vengan aquí a quitarnos a nosotros lo nuestro.
Dinero, dinero, dinero, lo dice claramente el nombre que le pusieron: comunidad económica, para qué darle más vueltas. Si muchos de los inmigrantes que llegan a nuestras playas supieran lo que van a encontrar se quedarían en Africa o buscarían territorios menos complicados. Si supieran que aquí se ejerce un racismo feroz frente a los pobres, también llamados gitanos, seguro no vendrían. Si supieran que sólo con dinero, (y entonces ya no importa el color de la piel ni la profesión ni la nacionalidad), sólo con dinero, repito, se puede conseguir ser bien recibido entre nosotros, entonces se lo pensarían antes de pagar un dineral para embarcarse en una aventura que muchas veces les lleva a la muerte.


VIVA LA VIDA Y LA LIBERTAD DE TODOS LOS SERES HUMANOS

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